Se conducía con moderación en la comida y en la bebida, especialmente en la bebida, ya que abominaba la ebriedad en cualquier persona, y más aún en él y en los suyos. En la comida, en cambio, no era capaz de abstenerse tanto, y se quejaba a menudo de que los ayunos dañaban su cuerpo.
Raramente ofrecía banquetes, sólo en las principales fiestas, y entonces lo hacía con gran número de invitados. La cena cotidiana constaba sólo de cuatro platos, además de la carne asada, que los cazadores solían colocar en el asador, y era la comida preferida por Carlos. Mientras cenaba oía algo de música o a un lector. Le leían historias y hechos de los antiguos. Lo deleitaban también las obras de San Agustín y especialmente, aquélla titulada La ciudad de Dios.
Era tan sobrio en el vino y en las otras bebidas, que raramente bebía más de tres veces durante la cena. En el verano, después del almuerzo, tomaba algunas frutas y se limitaba a beber una vez. Luego, quitándose los vestidos y calzados como solía hacer en la noche, descansaba dos o tres horas. Por las noches interrumpía su sueño cuatro o cinco veces, y entonces no sólo se despertaba, también se levantaba.
Mientras se calzaba y se vestía recibía a sus amigos y también a otras personas. Cuando el conde de palacio decía que había algún litigio que no podía ser resuelto sin su mandato, ordenaba de inmediato que hicieran entrar a los litigantes, y como si se sentara en un tribunal, una vez conocido el asunto del pleito, dictaba la sentencia (1). Además prescribía las distintas tareas que en ese día debían realizarse y disponía órdenes para cada uno de los servidores.
(1) El párrafo final que lo presenta dictando justicia en su habitación, mientras se vestía, construye la imagen del rey just iciero, que ha alimentado tantas leyendas.
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