martes, 5 de enero de 2010

GUERRA DE SAJONIA

Una vez terminada esta guerra fue recomenzada la de Sajonia, (1) que parecía casi interrumpida. Ninguna fue más larga, más atroz, ni más penosa para el pueblo franco que ésta, ya que los sajones -como casi todas las naciones pobladoras de Germania- eran de naturaleza'feroz, se entregaban al culto de los demonios, se mostraban contrarios a nuestra religión y no consideraban deshonesto violar o transgredir las leyes divinas ni las humanas. Además diariamente se sucedían hechos que ponían en riesgo la paz. Las fronteras entre nuestro territorio y el suyo se extendían casi por completo en tierra llana. Exceptuados unos pocos lugares en que los grandes bosques y las cumbres de las montañas interponen un límite cierto entre los campos de ambas naciones, no cesaban de producirse de una y otra parte, muertes, rapiñas e incendios. Por todo ello, a tal punto se irritaron los francos, que juzgaron necesario no sólo devolver cada ataque recibido, sino entablar contra ellos una guerra declarada.

En esta guerra que duró treinta y tres años ininterrumpidos, ambos bandos combatieron con gran vigor, pero fueron mayores los perjuicios para los sajones que para los francos. Habría finalizado más rápidamente si hubiera sido patente a los francos la perfidia de los sajones. Es difícil decir cuántas veces, vencidos y suplicantes, se rindieron al rey, prometieron hacer lo que se les ordenaba, entregaron sin dilación los rehenes que les eran exigidos, recibieron a los legados que se les enviaba, y cuántas otras, se vieron tan dominados y debilitados, que prometieron abandonar el culto de los demonios y someterse a la religión cristiana. Pero si a veces parecían inclinados a cumplir sus promesas, siempre estaban dispuestos a violarlas, sin que pueda asegurarse a qué actitud eran más propensos, ya que desde el comienzo de esta guerra apenas si hubo algún año en el que no se manifestara tal doblez de su conducta.

Pero ninguna de estas mudanzas era capaz de vencer la magnanimidad y la invariable constancia del rey, tanto en las circunstancias adversas, como en las prósperas; nada podía apartarlo de sus empresas. Nunca toleró que quedara impune ninguna acción de este tipo. De modo que, ya enfrentándolos personalmente, ya enviando contra ellos un ejército comandado por sus condes, se vengaba de la perfidia de los sajones y les imponía el condigno castigo, hasta que fueron derrotados y sometidos todos los que resistían a su poder. Deportó con sus mujeres y sus niños a diez mil hombres, entre aquellos que poblaban ambas riberas del Elba, y los distribuyó aquí y allí, en muchos grupos, por Galia y Germania. Se sabe que esta guerra tan larga sólo llegó a su fin, cuando los sajones aceptaron las condiciones exigidas por Carlos: una vez rechazado el culto de los demonios, y abandonadas las ceremonias patrias, recibirían los sacramentos de la fe y la religión cristiana, y se unirían a los francos para formar con ellos un solo pueblo.


(1) Los sajones, pueblos indomables, eran enemigos inveterados de los francos e irreductibles a la predicación. Desde el comienzo de esta guerra en 772, las campañas sesuceden casi anualmente, hasta el 804en que se produce una terrible represión, y la definitiva sumisión de los sajones. Eginardo omite grandes derrotas francas, como la de Suntelgebirge en 782, y no menciona siquiera a Widukind, legendario jefe sajón.