domingo, 4 de abril de 2010

La vida del Emperador Carlo Magno




Presentación de mi monografía sobre el Emperador Carlo Magno. Espero les sea útil o al menos interesante como curiosidad sobre este famoso personaje histórico.

lunes, 1 de marzo de 2010

LOS ULTIMOS REYES MEROVINGlOS

(1) Se cree que la familia de los Merovingios, de la cual solían los francos elegir sus reyes, subsistió hasta el rey Chil-derico, quien por mandato del pontífice romano Esteban, fue depuesto, tonsurado y encerrado en un monasterio (2). Aunque parezca que la dinastía llegó a su fin con él, hacía ya mucho tiempo que carecía de todo vigor, y no se distinguía sino por ostentar el nombre vano de rey. Las riquezas y el poder del reino estaban en manos de los prefectos de palacio, llamados mayordomos, a quienes pertenecía el poder supremo. Y no quedaba al rey otra cosa que contentarse con su titulo, sentarse en el trono con su larga cabellera y su copiosa barba, fingiendo aspecto de soberano, escuchar a los legados que venían de todas partes y darles cuando partían, como si emanaran de su poder, las respuestas que le eran sugeridas y aun ordenadas. Además del inútil título real y de un precario estipendio, que para su subsistencia le otorgaba a su arbitrio el prefecto de la corte, no poseía en propiedad más que una villa, y ella de muy poco rédito, en la que tenía su morada y unos pocos criados encargados de su cuidado y de suministrarle lo necesario. Si tenía que dirigirse a algún lugar, iba en un carro tirado por una yunta de bueyes y conducido por un boyero, a la manera campesina. Así solía ir al palacio y a la asamblea de su pueblo, que anualmente se celebraba para utilidad del reino (3); así solía volver a su casa.

De la administración del reino y de todo lo que debía ser decidido o realizado, tanto en lo interno como en lo externo, se ocupaba el prefecto de palacio.


(1) Este capítulo es una délas páginas más felices y conocidas de Eginardo: retrato fresco, gráfico y finamente irónico de la decadencia de los últimos merovingios.

(2) La deposición de Childerico III, que se narra en este capítulo, conocida como el golpe de estado del 751, es legitimada por la sentencia del papa, de acuerdo a la cual convenía llamar rey al que poseía el poder real, y no a quien carecía de él. Este hecho trascendente y minuciosamente preparado marca el cambio de dinastía y el advenimiento de los carolingios, acelera el fin delaromaniay el predominio del norte germanizado y feudal, hacia donde se desplaza el centro de gravedad de Europa. Además reafirma la alianza del reino franco y el papado, que continuará Carlomagno.

(3) Estas asambleas eran habituales en los pueblos germánicos. Los francos las celebraban anualmente, y se integraban por el ejército en armas. Cumplían funciones de consejo (aprobaban cargas fiscales) y de tribunal dedicado a juzgar casos de alta traición.

domingo, 21 de febrero de 2010

PIPINO Y CARLOMAN MAYORDOMOS DE PALACIO

El cargo de mayordomo, al tiempo de la deposición de Childerico, era ejercido por Pipino, padre del rey Carlos, y funcionaba ya como hereditario. Anteriormente su padre, Carlos Martel (1) venció a los tiranos que buscaban imponer su poder en toda Francia, y en dos grandes batallas, una en Aquitania, en la ciudad de Poitiers, y la otra cerca de Narbona, sobre el río Birra, sometió de tal modo a los sarracenos, deseosos de ocupar Galia, que los obligó a retornar a España. Este había recibido el poder de su padre, también llamado Pipino, y gobernó de manera distinguida. Tal honor no solía otorgarse por el pueblo sino a aquelllos que se destacaban por la nobleza de su origen y la magnitud de sus riquezas.

En tiempos del mencionado rey Childerico, este cargo había sido desempeñado durante algunos años por Pipino, padre del rey Carlos, conjuntamente con su hermano Carlomán. Ambos lo habían recibido de su padre y de su abuelo, y lo habían dividido entre sí por mutuo acuerdo (2). Pero Carlomán, abandonada la penosa administración del reino temporal por motivos inciertos, -encendido tal vez por su amor a la vida contemplativa- se trasladó a Roma, buscando reposo. Allí cambió su vestimenta, se hizo monje, y no bien construido un monasterio en el monte Soracte, cerca de la Iglesia de San Silvestre, disfrutó por unos años de la paz deseada, junto a los hermanos que lo habían acompañado. Pero como muchos de los nobles que ha-bitualmente iban a Roma desde Francia para cumplir sus promesas, no querían dejar de saludar a su antiguo señor, e interrumpían así con frecuencia su descanso, que era su mayor deleite, lo obligaron a cambiar de residencia. Puesto que estas visitas obstaculizaban su propós^o, abandonó el monte Soracte y se retiró al monasterio benedictino de Monte Casino, en la provincia de Samnio, y terminó allí en la contemplación religiosa lo que le restaba de vida temporal (3).

(1) Eginardo se remonta a Carlos Martel, la primera gran figura de los carolingios, que reina entre 719 y 741. Este descendía de Pipino I de Landen, y era hijodePipinoIIdeHeristal.El capítulo continúacon la historia de sus hijos, Pipino el breve y su hermano Carlomán.

(2) Hacemención a la división del rei no realizada porCarlos Marte! entre sus hijos Carlomán y Pipino en 741. poco antes de su m uerte en Quterzy, y de su entierro en Saint Denys, a imitación de los reyes merovingios.

(3) Curiosísimo episodioel de la abdicación de Carlomán. Sugiere un trasfondo político. Más aún, si tenemos en cuenta que volvió posteriormente a Francia en una misión de paz. y fue preso por su hermano.

sábado, 20 de febrero de 2010

REINADO DE CARLOS

Considero inadecuado escribir sobre su nacimiento, infancia y niñez, ya que no existe escrito alguno que proporcione esta información, ni es posible encontrar sobrevivientes que puedan dar noticia de ello. De modo que dejo de lado lo desconocido y paso a abordar aquellos hechos, costumbres y demás circunstancias de su vida que justifiquen su explicación y desarrollo. Comenzaré por sus realizaciones, tanto en lo interno como en política exterior; continuaré con sus costumbres y aficiones; y por último, narraré lo relativo a la administración del reino y a su muerte, sin omitir nada que sea necesario o digno de ser conocido.

miércoles, 20 de enero de 2010

GUERRA DE A QUITA NIA

De todas las guerras que llevó adelante, la primera fue la de Aquitania, que su padre había comenzado, pero no concluido. Esta guerra que Carlos creyó podría finalizar con rapidez, fue emprendida en vida de su hermano, a quien solicitó ayuda. Y aunque éste no otorgó la asistencia prometida, Carlos prosiguió la expedición con gran ahínco y no quiso desistir de su propósito, ni abandonar esta empresa hasta llevar a buen término, gracias a su continua perseverancia, lo que se había propuesto. Obligó entonces a Hunoldo, quien después de la muerte de Wafario (1) había intentado ocupar Aquitania y recomenzar una guerra casi terminada, a abandonar el lugar y regresar a Gascuña. Sin embargo no toleró que Hunoldo se instalase allí, y luego de atravesar el río Garona, ordenó por medio de sus legados a Lobo, duque de los gascones, que devolviera al prófugo, bajo amenaza de exigirlo por la guerra, de no cumplirse con celeridad su mandato. Pero Lobo, haciendo uso de un sano parecer, no sólo devolvió a Hunoldo, sino que también se sometió él mismo, con la provincia que gobernaba, a la autoridad de Carlos.

(1) Wafario, hijo de Hunoldo, había sido asesinado en una emboscada por gente de su mismo pueblo. Hunoldo, ya anciano, se retira del convento en que se refugiara veinticinco años atrás e intenta atraer a los nobles de Aquitania y Gascuña para sublevarse contra Carlos.

lunes, 18 de enero de 2010

GUERRA DE ITALIA

Ordenados los asuntos en Aquitania y una vez terminada esta guerra, cuando su socio en el reino hubo abandonado este mundo, Carlos, respondiendo al pedido y a las demandas de Adriano, obispo de Roma, decidió enfrentar a los longobardos.

Ya antes su padre había accedido a las súplicas del papa Esteban y había comenzado esta guerra, luego de experimentar grandes dificultades, ya que algunos de los proceres francos a los cuales solía consultar, opusieron a tal punto resistencia a su voluntad, que proclamaron de viva voz al rey que desertarían y se volverían a sus casas. Pese a ello, condujo contra el rey Astulfo una expedición que concluyó muy rápidamente. Pero aunque la causa de ambas guerras fue similar o mejor dicho la misma, es evidente que no fue el mismo ni el esfuerzo exigido ni el resultado obtenido (1). Luego de sitiar por unos pocos días a Pavía, Pipino obligó al rey Astulfo a devolver los rehenes, a entregar a los romanos las ciudades y los castillos que les habían sido arrebatados, y a jurar que no volvería a atacar los lugares restituidos. Carlos, en cambio, una vez iniciada la guerra, no desistió hasta que logró: la rendición del rey Desiderio, a quien habiá extenuado luego de un largo sitio; obligar a su hijo Adalgiso, hacia quién parecían inclinarse las esperanzas de todos, a abandonar no sólo su reino sino también Italia; restituir a los romanos lo que se les había arrebatado; reducir a Rodgauso, duque de Friul, que tramaba la revuelta; someter así a toda Italia a su mandato e imponer allí a su hijo Pipino como rey.

Describiría ahora (2) cuan difícil le resultó, al entrar en Italia, atravesar los Alpes, y qué gran esfuerzo demandó a los francos superar los inaccesibles picos de los montes, sus peñascos que se erguían hacia el cielo y sus rocas afiladas, si no me hubiera propuesto en esta obra consignar para el recuerdo, antes su modo de vida que los pormenores de las guerras que emprendió. De todos modos con ésta se logró la sumisión de Italia y la deportación perpetua del rey Desiderio, la expulsión de su hijo Adalgiso de la península y la restitución a Adriano, rector de la iglesia de Roma, de lo que le había sido arrebatado por los reyes longobardos.


(1) Mediante una narración paralela de acciones separadas por un lapso de casi veinte años, que opone las limitaciones de la fácil victoria conseguida por Pipino a las enormes dificultades que enfrentó su hijo en similar empresa, Eginardo realza el triunfo de Carlos y destaca sus logros.

La primera de estas guerras fue emprendida por Pipino en 755 contra Astulfo, rey de los longobardos ; y la segunda, en 773, por Carlos, contra el rey Desiderio, su ex-suegro. Bajo la protección del rey longobardo se encontraban la viuda y los hijos de Carlomán, episodio que el autor refirió en el capítulo tercero, sin darle al tema ningún alcance político.

(2) Utiliza aquí Eginardo un recurso caro a la retórica forense, la preterición: anuncia la imposibilidad o inconveniencia, para los objetivos del relato, de narrar hechos que no desarrolla in extenso, pero menciona sin embargo, como cediendo a un impulso incontrolable. Las palabras adquieren así un vigor que surge, más de lo que se calla o sugiere, que de lo que se dice.

martes, 5 de enero de 2010

GUERRA DE SAJONIA

Una vez terminada esta guerra fue recomenzada la de Sajonia, (1) que parecía casi interrumpida. Ninguna fue más larga, más atroz, ni más penosa para el pueblo franco que ésta, ya que los sajones -como casi todas las naciones pobladoras de Germania- eran de naturaleza'feroz, se entregaban al culto de los demonios, se mostraban contrarios a nuestra religión y no consideraban deshonesto violar o transgredir las leyes divinas ni las humanas. Además diariamente se sucedían hechos que ponían en riesgo la paz. Las fronteras entre nuestro territorio y el suyo se extendían casi por completo en tierra llana. Exceptuados unos pocos lugares en que los grandes bosques y las cumbres de las montañas interponen un límite cierto entre los campos de ambas naciones, no cesaban de producirse de una y otra parte, muertes, rapiñas e incendios. Por todo ello, a tal punto se irritaron los francos, que juzgaron necesario no sólo devolver cada ataque recibido, sino entablar contra ellos una guerra declarada.

En esta guerra que duró treinta y tres años ininterrumpidos, ambos bandos combatieron con gran vigor, pero fueron mayores los perjuicios para los sajones que para los francos. Habría finalizado más rápidamente si hubiera sido patente a los francos la perfidia de los sajones. Es difícil decir cuántas veces, vencidos y suplicantes, se rindieron al rey, prometieron hacer lo que se les ordenaba, entregaron sin dilación los rehenes que les eran exigidos, recibieron a los legados que se les enviaba, y cuántas otras, se vieron tan dominados y debilitados, que prometieron abandonar el culto de los demonios y someterse a la religión cristiana. Pero si a veces parecían inclinados a cumplir sus promesas, siempre estaban dispuestos a violarlas, sin que pueda asegurarse a qué actitud eran más propensos, ya que desde el comienzo de esta guerra apenas si hubo algún año en el que no se manifestara tal doblez de su conducta.

Pero ninguna de estas mudanzas era capaz de vencer la magnanimidad y la invariable constancia del rey, tanto en las circunstancias adversas, como en las prósperas; nada podía apartarlo de sus empresas. Nunca toleró que quedara impune ninguna acción de este tipo. De modo que, ya enfrentándolos personalmente, ya enviando contra ellos un ejército comandado por sus condes, se vengaba de la perfidia de los sajones y les imponía el condigno castigo, hasta que fueron derrotados y sometidos todos los que resistían a su poder. Deportó con sus mujeres y sus niños a diez mil hombres, entre aquellos que poblaban ambas riberas del Elba, y los distribuyó aquí y allí, en muchos grupos, por Galia y Germania. Se sabe que esta guerra tan larga sólo llegó a su fin, cuando los sajones aceptaron las condiciones exigidas por Carlos: una vez rechazado el culto de los demonios, y abandonadas las ceremonias patrias, recibirían los sacramentos de la fe y la religión cristiana, y se unirían a los francos para formar con ellos un solo pueblo.


(1) Los sajones, pueblos indomables, eran enemigos inveterados de los francos e irreductibles a la predicación. Desde el comienzo de esta guerra en 772, las campañas sesuceden casi anualmente, hasta el 804en que se produce una terrible represión, y la definitiva sumisión de los sajones. Eginardo omite grandes derrotas francas, como la de Suntelgebirge en 782, y no menciona siquiera a Widukind, legendario jefe sajón.