Ordenados los asuntos en Aquitania y una vez terminada esta guerra, cuando su socio en el reino hubo abandonado este mundo, Carlos, respondiendo al pedido y a las demandas de Adriano, obispo de Roma, decidió enfrentar a los longobardos.
Ya antes su padre había accedido a las súplicas del papa Esteban y había comenzado esta guerra, luego de experimentar grandes dificultades, ya que algunos de los proceres francos a los cuales solía consultar, opusieron a tal punto resistencia a su voluntad, que proclamaron de viva voz al rey que desertarían y se volverían a sus casas. Pese a ello, condujo contra el rey Astulfo una expedición que concluyó muy rápidamente. Pero aunque la causa de ambas guerras fue similar o mejor dicho la misma, es evidente que no fue el mismo ni el esfuerzo exigido ni el resultado obtenido (1). Luego de sitiar por unos pocos días a Pavía, Pipino obligó al rey Astulfo a devolver los rehenes, a entregar a los romanos las ciudades y los castillos que les habían sido arrebatados, y a jurar que no volvería a atacar los lugares restituidos. Carlos, en cambio, una vez iniciada la guerra, no desistió hasta que logró: la rendición del rey Desiderio, a quien habiá extenuado luego de un largo sitio; obligar a su hijo Adalgiso, hacia quién parecían inclinarse las esperanzas de todos, a abandonar no sólo su reino sino también Italia; restituir a los romanos lo que se les había arrebatado; reducir a Rodgauso, duque de Friul, que tramaba la revuelta; someter así a toda Italia a su mandato e imponer allí a su hijo Pipino como rey.
Describiría ahora (2) cuan difícil le resultó, al entrar en Italia, atravesar los Alpes, y qué gran esfuerzo demandó a los francos superar los inaccesibles picos de los montes, sus peñascos que se erguían hacia el cielo y sus rocas afiladas, si no me hubiera propuesto en esta obra consignar para el recuerdo, antes su modo de vida que los pormenores de las guerras que emprendió. De todos modos con ésta se logró la sumisión de Italia y la deportación perpetua del rey Desiderio, la expulsión de su hijo Adalgiso de la península y la restitución a Adriano, rector de la iglesia de Roma, de lo que le había sido arrebatado por los reyes longobardos.
(1) Mediante una narración paralela de acciones separadas por un lapso de casi veinte años, que opone las limitaciones de la fácil victoria conseguida por Pipino a las enormes dificultades que enfrentó su hijo en similar empresa, Eginardo realza el triunfo de Carlos y destaca sus logros.
La primera de estas guerras fue emprendida por Pipino en 755 contra Astulfo, rey de los longobardos ; y la segunda, en 773, por Carlos, contra el rey Desiderio, su ex-suegro. Bajo la protección del rey longobardo se encontraban la viuda y los hijos de Carlomán, episodio que el autor refirió en el capítulo tercero, sin darle al tema ningún alcance político.
(2) Utiliza aquí Eginardo un recurso caro a la retórica forense, la preterición: anuncia la imposibilidad o inconveniencia, para los objetivos del relato, de narrar hechos que no desarrolla in extenso, pero menciona sin embargo, como cediendo a un impulso incontrolable. Las palabras adquieren así un vigor que surge, más de lo que se calla o sugiere, que de lo que se dice.
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