Dispuso que sus hijos e hijas fueran instruidos primero en el estudio de las artes liberales, al cual él mismo se consagraba. Luego, una vez que los varones llegaron a la edad adecuada, hizo que practicaran la equitación y se ejercitaran en el uso de las armas y en la caza, según la costumbre franca. A sus hijas, en cambio, para que no fueran presa del ocio, ordenó que se las habituara al trabajo de la lana, así como al manejo de la rueca y del huso, y que se las educara para todas las actividades honestas.
De todos ellos solamente perdió dos hijos y una hija antes de su muerte: Carlos, que era el mayor, Pipino, al que había designado rey de Italia, y Rotruda, la primogénita de sus hijas, que había sido prometida a Constantino, emperador de los griegos. Sobrevivieron a Pipino un solo hijo, Bernardo, y cinco hijas, Adelaida, Atula, Gondrada, Bertaida y Teodrada. Dio el rey una gran prueba de su afecto por ellos, cuando muerto Pipino, hizo que el nieto lo sucediera y que las nietas se eduacaran junto a sus propias hijas. Aunque sobresalía por su grandeza de alma, le faltó resignación para soportar la muerte de sus hijos e hija, y su afecto filial, en el que no se destacaba menos, lo arrastró incluso a las lágrimas.
También cuando se le anunció la muerte del pontífice romano Adriano, a quien distinguía como el primero entre sus amigos, lloró por él como si hubiese perdido a un hermano o a un hijo muy querido. Manifestaba una excelente disposición hacia las amistades: las admitía con facilidad, las retenía con constancia, y distinguía con la más santa predilección a quienes había unido a sí por el afecto.
Puso tanto esmero en la educación de sus hijos e hijas, que nunca estando en su casa cenaba sin ellos, y no se dirigía a ningún lugar sin su compañía. Sus hijos cabalgaban junto a él y sus hijas lo seguían detrás, protegidas en las últimas filas por algunos guardaespaldas destinados a su cuidado.
Como sus hijas eran hermosísimas y muy amadas por él, no quiso -hecho sorprendente- que hombre alguno, compatriota o extranjero, tomara a ninguna de ellas por esposa. Por el contrario, hasta su muerte retuvo consigo a todas en su casa, alegando que no podía prescindir de su compañía. Y aunque en un sentido fue feliz, a causa de esta decisión debió tolerar la malignidad de la adversa fortuna. Pero lo disimuló como si nunca hubiera nacido ni se hubiera propagado acerca de ellas sospecha alguna de oprobio.
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